(Por Juan Colombato) Cuando entré al diario, ya había pasado mucha agua bajo su puente. Te puedo decir que si los premios fueran estatuillas, él tendría varios armarios llenos (como los que había en la vieja redacción de La Voz). Fue entonces cuando se me dio por averiguar qué era lo que había en esos armarios que él tanto abría y cerraba celosamente. Mi expectativa era encontrarme con libros de diseño como hay en cualquier departamento de arte. Pero, contrariamente a eso, lo que pude encontrar fueron los más variados cachivaches que podría tener uno en distintas partes de su casa. Había que verlo garabatear en cualquier papelito, que sacudía de vez en cuando, las cenizas que formaba su cigarrillo prendido, por no pitar durante largos minutos (seguramente por la distracción que le provocaba la gran cantidad de ideas que se metían por su pelada). Pero su verdadera preocupación era dónde encontrar ese objeto que le iba a servir para su diseño. En una ferretería, una juguetería o un puesto ambulante de esos que venden los chanchitos de jardín (en Córdoba, hay pintados de Belgrano o Talleres). Esas eran sus reliquias guardadas en los armarios, algunas encontradas en los lugares más recónditos, gracias a su dedicada investigación de la procedencia de tan raros objetos.
Ese dato fue para mí la razón de alejarme en primera instancia de la computadora dictadora.
Lo que pasa es que él ya había empezado a trabajar en diseño cuando era dibujante publicitario (nombre que se les daba a los diseñadores gráficos allá por la década del sesenta), cuando todo se hacía con cierta impronta, la que él todavía conserva aun utilizando la compu.
Ser multifacético es algo que también él sabe ser. No sólo porque es pintor, dibujante, diseñador, tipógrafo o periodista, sino porque en cada trabajo es un poco más. Si hay algo que siempre me sorprende, es cómo de un tema o una noticia le puede dar ese valor agregado, un verdadero editorial gráfico. “El diseño tiene que comunicar emoción…”, es lo que dice. Es así, sus diseños provocan tristezas o alegrías, pero además tienen el plus de la poesía. Sus relatos gráficos contienen esas metáforas que tan difícil es lograr; no sólo por su concepción, sino también por el logrado lenguaje.
En Córdoba no hubo lugar que no tenga su intervención gráfica. En su larga trayectoria, se puede decir que durante varios años se dedicó a la pintura. Desde 1960 trabajó en diversas agencias de publicidad, entre ellas, Nova Propaganda, dirigida por Pedro Pont Vergés. Colaboró con proyectos de arquitectura para el estudio “Gramática/Guerrero/Moroni/Pisan/Urtubey. Integró desde 1963 hasta 1979 el equipo de diseño de los SRT (Canal 10 y Radio Universidad) y diseñó el logo que aún hoy distingue a ese canal. Dirigió, junto a Guillermo López, el cortometraje “Pinito y la Estrella”, que fue aceptado en la muestra de Cine para Televisión de Cannes en el año 1964. Integró el Grupo Piloto de Cine de la Escuela de Artes de la UNC que dio origen a la creación de la Escuela de Cine. Desde 1979 y hasta 2005 se desempeñó como director de arte del diario La Voz del Interior. En ese carácter, integró equipos para el rediseño del diario en los años 1980, 1995 (con Mario García) y 2001 (con Alberto Torregrosa). En 2004, diseñó el diario “Día a Día”, también de Córdoba. En la actualidad, sigue colaborando con diseños en “La Voz del Interior” y otras publicaciones.
El próximo 31 de julio se presenta el libro “Miguel De Lorenzi – Pinturas, ilustraciones periodísticas y diseño gráfico”, un poco de todo lo que hizo y sigue haciendo este alquimista del diseño.
“El Cacho”, “Cachoíto” o “Cachito” Miguel De Lorenzi sinónimo de diseño en Córdoba.