(Cabecera de La Flaca cuando el color se ofrecía en las páginas centrales)
(Por Pedro Pérez Cuadrado) El invento de la litografía, con el tiempo, vino a trastocar, también en España, la relación diseño/información en el mundo de la prensa: la ilustración, hasta entonces fundamentalmente ornamental, se va a convertir en acompañante asiduo del texto, no sólo para completar “lo escrito”, sino, en muchos casos, incluso, para sustituirlo. Un nuevo lenguaje icónico que se verá, además, reforzado más si cabe con la posibilidad del color que informa, atrae y mantiene la atención de un lector cada día más interesado. Todos los autores parecen de acuerdo en afirmar que la primera publicación en hacer un uso efectivo e informativo del color en España fue la revista satírica La Flaca, una publicación semanal que tuvo una extraordinaria popularidad a mediados el siglo XIX, aunque se vio obligada a cambiar de nombre varias veces. De hecho mantenía el subtítulo de “Saldrá cuando pueda”. Entre los otros títulos más populares tuvo el de La Carcajada, y así está recogida en algunas de las hemerotecas más importantes. También salió con la cabecera de La Nueva Flaca, según Javier Domingo.
Para Valeriano Bozal, “la primera prensa satírico-política tras la Revolución de Septiembre o bien posee un aire marcadamente popular, o bien desarrolla los modelos hasta ahora elaborados, mejorándolos mediante la introducción del color en las imágenes” (Bozal, 2000: 97). A esta segunda clase que cataloga el catedrático de Historia del Arte pertenecen la mayoría de publicaciones satírico-políticas, con La Flaca a la cabeza.
(Contratapa del primer número de La Flaca)
La revista nace en Barcelona en 1869 y sus ejemplares constaban de cuatro páginas, con un papel de excelente calidad y grabados cromolitografiados. De periodicidad semanal, se publicó hasta el 17 de enero de 1872, que fue sustituida por La Carcajada. El 31 de octubre del mismo año recupera el primer nombre. Alcanzaría hasta el año 1876.
Los números que nosotros hemos tocado y que corresponden a febrero y marzo de 1872, tiene un formato de 35 x 43 cm. y una mancha o caja de 25 x 40 cm., divididas en tres columnas de 8 centímetros con dos corondeles vistos de medio centímetro cada uno (algo más de un cícero. El color aparece en las páginas centrales, manteniendo la portada y la página cuatro en blanco y negro. Publica escritos en prosa y en verso, al gusto de la época, con un cuerpo de texto base grande (en torno a 11 o 12 puntos), y titulines a una columna ligeramente mayores, separados por plecas bastante simples una veces y más historiadas otras.
El papel, de un gramaje considerable, y satinado –aunque sin llegar a las calidades actuales–, aguanta bien las ilustraciones humorísticas a todo el ancho de las páginas centrales, sin más textos. Son como dibujos coloreados y no demasiado bien ajustados, aunque no importa en absoluto ya que el lector los ve ‘en colores’. A veces, se transparenta, sobre todo cuando coincide con el negro de la retiración, que parece impreso a posteriori en tipografía.
Sin embargo, los primeros números de La Flaca que se pueden ver en la colección digital de la Biblioteca Nacional de Madrid (www.bne.es) tienen las ilustraciones en color en primera y última (incluida la cabecera) y son las páginas centrales las que van en negro.
“La revista –corroboran otros autores– publicaba excelentes caricaturas en color, que contribuyeron a fijar el estilo de la caricatura política española” (Seoane, 1983: 281).
Efectivamente, el tema de los dibujos es esencialmente político y se caricaturiza constantemente a los protagonistas. No en balde el semanario era republicano y federal, hecho para la burguesía radical y el pueblo, pero, en muchos casos, sólo entendían sus imágenes los conocedores de la política y difícilmente el pueblo llano. Los autores de estos dibujos parecen ser anónimos, si bien Valeriano Bozal apuesta por “Tomás Padró (1840-1877), que era su principal dibujante, dibujos que se hicieron rápidamente famosos y marcaron el sentido de la época” (Bozal, 2000, 98). “En esta publicación –corrobora Javier Domingo– sobresalen los dibujos del catalán Tomás Padró, auténtico maestro de la caricatura que inmortalizará a personajes como los generales Prim, Serrano o Espartero; al Duque de Montpensier y Salustiano Olózaga, a Sagasta y a Salmerón, entre otros” (Domingo, 1991: 16).
(Las caricaturas siempre criticaban a los estamentos)
Dice Marcelino Tobajas que “incluía La Flaca en cada número una lámina como prueba de la importancia que daba a la imagen; no puede pues extrañar que al anunciar la aparición del tomo que contenía los cien primeros números se invite a su adquisición, «porque así tendrían en letra y en dibujo todo lo que ha pasado en la pobre España durante las ciento diez semanas revolucionarias que dejamos ilustradas»” (Tobajas, 1984: 462).
El estilo y orientación de La Flaca fue seguido por otras revistas de Madrid y Barcelona, entre las que destacarán La Esquella de la Torratxa (1872), La Filoxera (1878), El Loro (1879), La Viña (1880), El Motín (1881), La Mosca (1881), La Broma (1881), La Tramontana (1881) y Acabose (1883). Todas ellas en color, aunque apunta Bozal que “La Campana de Gracia y la Esquella de la Torratxa solían colocar sus caricaturas en la primera y última página y sólo utilizaban el color en los almanaques anuales de diferente tamaño” (Bozal, 1979: 186).
De El Motín, anticlerical semanal que también imprimía en color y que duró ¡45 años! (desde el 10 de abril de 1881 hasta el 6 de noviembre de 1926) Pedro Gómez Aparicio destaca los dibujos de Eduardo Sojo, más cococido por Demócrito. “Fue Demócrito –dice Aparicio aunque Bozal lo pone en duda– quien introdujo en El Motín los dibujos caricaturescos, de un anticlericalismo audaz, que llenaban las dos páginas centrales de la publicación y que, con los demagógicos artículos de Nakens y Vallejo, constituyeron su principal característica. Por lo común, tales dibujos trataban de representar la imaginada antítesis entre la vida regalada del alto clero y la existencia miserable del clero campesino; dibujos en que se contraponían con frecuencia las supuestas orgías de unos obispos gordos y lustrosos, sentados en mesas ostentosamente abastecidas de manjares y vinos, y las escaseces de unos curas rurales de sotanas raidas y aspecto famélico” (Gómez Aparicio, 1971: 445).
(Crítica del expolio de materias primas (cacao, café, azúcar…) de Cuba)
“El Motín –asegura Valeriano Bozal– se ha convertido con el tiempo en una publicación mítica –y posiblemente mitificada, pues hubo otras tan interesantes o más que ésta–, medida del alcance y limitaciones del género” (Bozal, 1979: 187).
El crecimiento de la prensa satírica –joco-seria la llaman algunos– sería espectacular en la segunda mitad del siglo xix. El género se consolida y se hace muy difícil controlar el número de publicaciones que aparecen. Bozal da una descripción generalista que no debe andar muy lejos de la realidad. “Se impone un periódico –dice– de 28,5 x 39,5 centímetros, con cuatro páginas, ocupadas dos de ellas, las centrales, por una «lámina» cromolitográfica, con textos muy poco organizados, generalmente breves y sarcásticos, en prosa y en verso. La periodicidad solía ser semanal, apareciendo ocasionalmente algún número extraordinario y, por lo general, se solía publicar un almanaque anual” (Bozal, 1979: 183).
Como hemos apuntado, las ilustraciones han evolucionado hacia la caricatura y la temática política marca la pauta de una crónica de actualidad pasada por el tamiz de lo grotesco, donde el color ayuda sobremanera a describir la vestimenta de unas figuras que se mueven en un circo variado, dinámico y de acuerdo a la realidad que quieren interpretar. A los dibujantes ya no les vale con criticar o presentar los aspectos negativos de lo que acontece. El proceso de la ilustración se hace más complejo.
(Crítica del dispendio de las autonomías)
Lo que no resulta fácil es identificar a los autores de las obras dentro del compendio de publicaciones con un estilo parecido. “Todos los dibujos –dice Bozal– están cortados por el mismo patrón. La intervención del taller litográfico altera sensiblemente el original, endurece o suaviza los colores y los trazos, cambia el ritmo de las líneas, etc. La producción industrial que eran aquellos talleres de cromolitografía se pone de manifiesto en estas «imperfecciones», alteraciones quizá no deseadas por los dibujantes, que hacen dudosa, cuando no imposible, cualquier identificación, pero que resultan inevitables” (Bozal, 1979: 191).
Bibliografía
-Bozal, Valeriano (1979): La ilustración gráfica del siglo XIX en España, Madrid: Ed. Comunicación.
-Bozal, Valeriano (2000): ‘El siglo de los caricaturistas’, en Historia del Arte de Historia 16, nº 29. Madrid.
-Gómez Aparicio, Pedro (1971): Historia del Periodismo Español. De la revolución de septiembre al desastre colonial. Editora Nacional. Madrid.
-Domingo, Javier y otros (1991): 150 años de prensa satírica española. Ed. Ayuntamiento de Madrid. Consejería de Cultura. Madrid.
-SEOANE, María Cruz (1983): Historia del periodismo en España 2. El Siglo xix. Alianza Universidad Textos. Madrid.
-Tobajas, Marcelino (1984): El periodismo español. Ediciones Forja S. A. Madrid.