Comic 3: Alberto Cairo y los puntos de contacto entre la infografía y las historietas
El miércoles pasado se hizo la privada de la película V for Vendetta y El Norbi se la perdió. Tratando de encontrar algún dato sobre la misma, nos topamos con este artículo que escribió el genial Alberto Cairo. El director del Departamento de Infografía de elmundo.es (El Mundo) y profesor de la Universidad de Carolina del Norte (EE.UU.) hace un interesante paralelismo entre los tebeos y su forma de contar historias, y la infografía.
Es obvio que para narrar mostrando antes hay que aprender a mirar. Puesto que existen pocos lugares donde se pueda aprender de forma sistematizada cómo hacer infografía, la historia de cada periodista visual es una pequeña epopeya autodidacta basada en múltiples influencias. Hay quien proviene de las Bellas Artes, hay quien tiene en el cine o en los videojuegos su pasión. Y luego están los comics.
Decía en un artículo reciente que la infografía es una profesión híbrida, bastarda de muchos padres y madres. Comprender el lenguaje de los comics, entendidos como arte secuencial (recordemos a Will Eisner), es muy enriquecedor. No es ésta una tesis demasiado original. Javier Zarracina la expuso en uno de los libros de los premios Malofiej. Y Miguel Nuño, de elmundo.es, le ha dedicado un par de conferencias en los cursos de infografía online de El Mundo. La infuencia de los tebeos en el trabajo de muchos de nosotros es obvia. Y beneficiosa.
Porque, verán, la tarea del infografista en el fondo es muy simple y tiene dos caras complementarias: organizar y simplificar. La infografía, como dicen los anglosajones, es visual storytelling. Las técnicas narrativas de los buenos comics consisten en eso mismo: secuenciar y no perder el interés del lector aun cuando los recursos visuales a disposición del artista sean muy limitados (poco espacio para los efectos especiales hay en la pobre reproducción en cuatricromía de los comic-books clásicos). La buena narrativa gráfica, la escrita y/o dibujada por grandes autores, suele ser un prodigio de síntesis. Exactamente igual que la buena infografía.
V for Vendetta es uno de esos prodigios. También es uno de los pilares de mi educación visual (y sentimental, para qué engañarnos). El enterarme de que esta serie de 10 números escrita por el británico Alan Moore y dibujada por David Lloyd en los años 80 se ha convertido en una superproducción cinematográfica, despertó un puñado de buenos recuerdos.
La historia se sitúa en la Gran Bretaña fascista de un futuro en el que gran parte del mundo se ha evaporado en la guerra nuclear (recordemos que cuando el guión fue escrito la URSS todavía existía y la era Reagan/Tatcher estaba en su apogeo). V, el personaje enmascarado que da título a la obra, surge de la nada para desafiar al sistema, destrozar sus cimientos y devolver al pueblo la libertad. Suena convencional, ¿no es cierto? Pero la cosa no es tan simple como parece en el impresionante prólogo.
Y es que V no es un héroe. V es un terrorista de exquisita crueldad cuyo plan para sumir al país en la anarquía (no otra cosa es la libertad como absoluto) comienza volando el parlamento británico tal y como Guy Fawkes soñó un 5 de noviembre de hace ya 400 años (de ahí el titular de este artículo, verso de una conocida tonadilla). V también es un asesino: uno por uno, elimina a varios grandes funcionarios y autoridades, todos ellos implicados en la trama de experimentos en campos de concentración que lo convirtieron en lo que es: un ser más que humano, un monstruo demente. V aspira a arrebatar el poder a la corrupta jerarquía del partido único a cualquier precio.
He aquí el gran logro de Alan Moore, esa incómoda ambigüedad: ¿debe el lector sentir simpatía por V y por Eve, esa adolescente a la que salva de la muerte y adopta para que se convierta en su sidekick, al modo de Batman y Robin, solo que en versión siniestra? Es cierto que su lucha por derribar a un gobierno totalitario es correcta pero ¿justifica el fin los medios? En una época en la que el pretexto de unas fantasmales armas de destrucción masiva desencadena una guerra con la consiguiente muerte de miles de civiles, o en la que la defensa de (inexistentes) derechos históricos de los pueblos puede llevar a alguien a volarse dentro de un autobús escolar repleto de niños, esta subversiva historia sobre la compleja relación entre autoridad y libertad y los límites y consecuencias de la violencia, que ya tiene más de 25 años, está más de actualidad que nunca.