Textual: Miradas de un ojo sincero
(Entrevista a Fabián Trapanese, de Crann 35, Redacción Sonia Alfaya, Producción: Silvia Abián)
Ya en la infancia comenzó a interesarse por la imagen hasta que a mediados de la secundaria, Fabián Trapanese decidió convertirse en fotógrafo. En esa época un profesor que dictó en su escuela un taller optativo le permitió luego instalar un cuarto oscuro. Más tarde, y en la búsqueda del mismo objetivo, llegarían sus trabajos para el suplemento Sí de Clarín que le permitieron retratar a los músicos más importantes del rock argentino y del exterior. También se destacó como fotógrafo en publicidad, donde además llegó a desempeñarse como redactor y director creativo.
Su trayectoria lo llevó a ser una de las figuras más relevantes de las últimas Jornadas Universitarias sobre Diseño de Información, realizadas a fines de 2009, donde participó en una serie de charlas y mostró sus fotografías, especialmente aquellas vinculadas al rock.
Hace un tiempo atrás, un amigo le escribió: “Trapa, usted tiene el ojo sincero” sin embargo Fabián Trapanese sabe también de palabras sinceras acerca de su profesión, experiencia y compromiso a la hora de apretar el disparador de su cámara. En esta nota cuenta sobre de todo ello y algunas miradas sinceras más…
¿Por qué la fotografía? ¿Qué es para vos?
Siempre me gustó lo visual. En mi infancia, a causa del trabajo de mis padres crecí rodeado de enormes rollos de largometrajes. Me gustaba ver los fotogramas a contraluz y tratar de entender cómo era eso de que entre un cuadro y otro la gente casi no se movía, pero sí que se movía. Supongo que esa impronta marcó mi pasión por el cine y la imagen. Recién en la secundaria me empecé a interesar a fondo en la fotografía como disciplina independiente. Me apasionaba ver lo que uno podía hacer si era capaz de manejar la luz, algo que con el tiempo entendí que era el gran secreto de la fotografía. También creo que la elegí por la sorpresa de no saber con qué me voy a encontrar cada día. En publicidad, donde me desarrollé como Redactor y Director Creativo, si bien hay un ejercicio de creatividad constante, uno trabaja todos los días con determinadas marcas, para determinados productos y a veces se hace un poco monótono. La fotografía, en cambio, te sorprende cada día, más allá de si trabajás con un boceto publicitario preacordado.
Qué es para mí? Un placer y un privilegio. Un placer por lo que me produce cada vez que levanto la cámara, miro a través del visor y disparo. Quizás para otros esto es algo intrascendente, pero para mí, ese momento preciso es algo muy especial. Y un privilegio por poder cobrar por hacer algo que me produce tanto placer y hasta haría gratis (que no se enteren mis clientes).
(Una página de la revista)
¿Qué implica mirar el mundo a través de una lente?
Como dije, un placer absoluto. También implica cierto compromiso con las expectativas de la gente y las propias sobre lo que uno va a hacer y cómo va a salir. Quien pensó una foto, quien va a posar en ella, o quien la encarga, cada uno de ellos, esperan cosas muy diferentes del trabajo que uno hace. Además, claro, está lo que uno mismo espera. Suele haber muchos egos, muchas expectativas, muchos intereses detrás de algunas fotos. Implica también manejar esa subjetividad que se desencadena en uno, como fotógrafo, cuando aprieta el disparador y fija para siempre una imagen. Esa subjetividad de elegir disparar en un momento determinado y no un segundo antes o uno más tarde, cuando lo que estaríamos diciendo quizás sería otra cosa.
¿Cuándo empezaste y cómo fueron tus primeras fotos?
Me empecé a interesar por la fotografía a mediados de la secundaria. Tuve un profesor que era fotógrafo de prensa, Enrique Rosito, que nos dio un taller optativo. Terminé montando un cuarto oscuro en un cuartito abandonado que me habilitaron junto al patio del colegio… y sólo yo tenía la llave! En esa época llevaba siempre mi cámara como extensión de mi brazo, nunca colgada del cuello en plan turista, siempre en la mano, era una Canon FTb usada que me compré con una plata que gané la primera vez que fui al casino. Hace poco, en una reunión de ex alumnos, una compañera se acordaba de mí como “una cámara que tenía un flaco pegado”, me causó una hermosa nostalgia recordarme a mi mismo así. Tuve la mano enyesada tres meses y aún así no soltaba la cámara. Lamentablemente, hoy las cosas están más complicadas para que un chico -o un grande- ande todo el día con una reflex por la calle.
(Portada de Crann, número 35)
¿Cómo entraste a trabajar en el suplemento Sí del diario Clarín? ¿Éste fue tu primer trabajo como fotógrafo profesional?
Mis primeros sueños fotográficos fueron trabajar para algún importante diario argentino; o para la National Geographic, haciendo reportajes alrededor del mundo; o para una agencia tipo Magnum, cubriendo guerras lejanas. Por razones obvias, preferí empezar por un diario. Para complicármela solo, apunté a los dos de mayor tirada, y decidí empezar por Clarín, digamos que solito me puse la vara bien alta. Como en mi casa leían La Nación, busqué la dirección de Clarín en un kiosco de revistas, junté mis fotos en un sobre blanco de papeles Ilford y encaré para la calle Tacuarí al 1700. Obviamente, no conocía a nadie que trabajase adentro (es bueno aclarar que, lamentablemente, luego de aquel curso nunca más volví a ver a mi profesor). En la recepción tuve algo de suerte y cierta rapidez de respuesta para aprovecharla. Cuando le dije al de seguridad que venía a ver al jefe de fotografía (no conocía su nombre) y me preguntó “¿A Bairo?”, ví la oportunidad y me apuré a contestar “Sí… a… Bairo”. Y ahí se dio un malentendido que también aproveché: cuando le contesté que era freelance, entendió que era “de Free Dance” y me hizo pasar. Todavía me acuerdo lo nervioso que estaba cuando abrí la puerta-fuelle del ascensor de planta baja para subir (tengo esa foto grabada en mi cabeza)
A Bairo le gustaron mucho mis fotos, pero me dijo que para tomarme se tenían que morir un par de dinosaurios que trabajaban con él… y me mandó a ver a Daniel Kon, que estaba por lanzar “un suplemento para los pibes”, allá, al final del pasillo.
Le mostré mis fotos a Kon, y con cara de poker me dijo “dejame tu teléfono, por las dudas”. Antes de despedirme me preguntó: “¿Tenés laboratorio blanco y negro?” Respondí sin dudar: “Sí, por supuesto”. Obviamente, no tenía.
A la semana, un viernes, justo cuando me había terminado de bañar para ir a mostrar mis fotos a algún desconocido de La Nación, sonó el teléfono y mi mamá me dijo: “Daniel Kon, de Clarín, para vos”. Y otra vez me temblaron las piernas. Fue mi primer trabajo profesional y por el que tuve que salir urgente a buscar una ampliadora prestada.