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1.12.10

Lo Mejor del 2010: No existen los kioscos

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(Por Mario Tascón) Año 2025. No existen los kioscos, ni se vende ya prensa diaria en las tiendas. La gente recibe y lee información en sus pantallas flexibles y táctiles, también en las fijas de los hogares. Hay miles de ellas de diferentes tipos. Están de moda entre las portátiles unos polímeros semitransparentes y enrollables de tamaño cuartilla. Todo está conectado. Todo el mundo tiene acceso instantáneo a cualquier tipo de dato....

Casi ha conseguido tener razón Steve Ballmer, antiguo presidente de la también antigua compañía de software Microsoft (hoy parte del gigantesco entramado empresarial de Google), cuando en el comienzo de la desaceleración económica predijo contundente: "Dentro de diez años no habrá periódicos impresos". No han sido diez, han sido diecisiete. Tampoco ha sido perfecta la visión: quedan algunos ejemplares.
En la salida del metro de Nueva York se reparten todavía unos diarios gratuitos de tamaño muy compacto, a todo color y con pocas páginas. Son los restos del naufragio, de los pocos supervivientes que quedan en el primer mundo. Quién se lo hubiera dicho a Jan Stembeck y Pelle Tömberg cuando arrancaron en el año 95 con la primera edición del gratuito Metro en Estocolmo. La prensa gratuita, una de las últimas criaturas de Gutenberg, ha sido la única que sigue teniendo presencia en las calles. Ya no quedan muchos en el primer mundo. En cambio, este tipo de diarios se han conseguido mantener en los países emergentes y los menos desarrollados.
Sofía, de viaje de estudios en la antigua capital del mundo, recoge uno más curiosa que por necesidad. Se le hace extraño pasar las páginas de un conjunto de papeles sin grapar ni encuadernar, con lo cómodos que son los libros, pero, sobre todo, es raro que las imágenes no se puedan convertir en vídeo al toque del dedo. ¡Qué curioso artefacto!


En la calle ya apenas se escucha el ruido de la circulación. Está disminuyendo el uso de gasolina (y sus ruidosos motores) que se combina ahora con electricidad y las nuevas pilas de hidrógeno. Los vehículos van equipados con sistemas de manejo de voz que también pueden leer para el conductor las noticias, o nos permiten acceder, manejando el sistema de audio con precisos comandos, a cualquiera de las canciones que almacena uno en su sistema o el de sus amigos. Alguien le había contado a Sofía que parte de esos elementos se habían incorporado gracias a la compañía de Ballmer en sus tiempos de oro.


Los coches, como los periódicos, fueron muy criticados en las últimas décadas: demasiado consumo, demasiado gasto para el medio ambiente, demasiado feroces con el planeta. Pero nadie se atrevía a prescindir de ellos, era retroceder demasiado. De los diarios sí.
La industria automovilística se reconvirtió a toda prisa. De aquellos primeros híbridos que se presentaron en 2008 convive en la actualidad toda una gama de motores de hidrógeno que emiten vapor de agua, descendientes directos de los primeros. Motores más verdes, coches más verdes, pero el papel no era demasiado verde.
Los diarios eran prescindibles. Un día nos despertamos y descubrimos que se podían consultar por Internet y uno se ahorraba un dinero al mes. Estupendo en medio de una crisis.


El proceso había comenzado a finales del siglo XX. Se fue dejando de leer papel entre semana, poco a poco. Se mantenía la lectura de prensa el domingo. Muchos diarios se concentraron en la publicación exclusiva el fin de semana, incluso alguno se atrevió a dejar de imprimir de lunes a sábado. Los móviles y los pcs servían la actualidad el resto de días, a todas horas. En el fondo el ejemplar del domingo era un libro estupendo y ameno por un precio bastante barato. Tenía, además, un cierto componente de moda vintage. Era como los relojes de manecillas: los humanos los seguíamos llevando como un signo del pasado, como una señal analógica en el mundo digital. Nunca se impusieron los digitales de la década de los 80. Todo era preciso, menos nuestros relojes de pulsera y los periódicos de los domingos. Nos podemos permitir ciertos anacronismos.

Había pasado algo parecido con los libros. La gente seguía leyendo en papel literatura y poesía, en formatos de bolsillo y, todo lo contrario, también en lujosas ediciones. Habían desaparecido los libros de consulta, muchos libros de texto escolares, las enciclopedias. Aquí sí había acertado bastante el pensador Umberto Eco que clamaba hace ya 20 años: "El libro no ha muerto. Es el instrumento mas fácil, manejable y ergonómico para transportar información. Los libros continuarán con su función. Distinguiendo entre libro para leer y consultar. Las enciclopedias desaparecerán y se verterán en disquetes. Se leerán libros de poesía, novela, filosofía" !Que gracioso es que nadie se acordara de que, en su día hace siglos, se predijo la muerte del libro cuando aparecieron...los periódicos! ¿Quién iba a querer leer textos sin actualizar?

Sofía se pasa información actualizada con sus amigos a través de los sistemas de chat de las redes sociales y los móviles. Consulta nuevos meta-medios de información que le parecen más fiables que las viejas marcas. Además las cabeceras de los periódicos... ¿no eran las mismas que sus padres admiraban? y ¿desde cuándo una generación no ha deseado acabar con los símbolos de la anterior? ¿No fueron esos mismos periódicos los que no habían hecho su trabajo en la vieja e ilegal guerra de Irak?
La gente joven cada vez se había alejado más de los medios convencionales, a los que consideraba aburridos, y, lo que es peor, presos de intereses de los entramados empresariales a los que pertenecían. ¿Quién podía fiarse de una crítica literaria si el dueño del diario era también el de la editorial del supuesto best-seller? ¿Quién podía creer los reportajes sobre una serie de televisión que se emitía en una cadena concedida por el gobierno al mismo dueño? ¿Quién podía fiarse de unas televisiones sujetas por los intereses políticos, en el caso de las públicas, y a los empresariales, en el caso de las privadas?
Los jóvenes indultaron a algunas versiones digitales de los deportivos (los más inocuos) pero condenaron definitivamente a muerte a las versiones digitales de los grandes diarios. No eran creíbles.
Cuando Sofía nació comenzaba la época de los reporteros freelance que publicaban en blogs casi personales. Para lo que pagaban en los medios era mejor intentar montárselo por su cuenta.
Los blogs y esos reporteros arrebataron a la prensa toda su influencia porque, además, muchos de los diarios nunca quisieron abrir sus columnas de opinión al diálogo con sus lectores. Si la opinión de uno se protege el territorio queda abierto a los demás, que no tardaron en ocuparlo.
Todavía hoy resuenan infantiles las críticas altaneras a medios como la primitiva versión del HuffingtonPost: "¿quienes son esos amateurs que piensan competir con el Times y el Post?". El germen del desastre se escondía en la soberbia.

También fue tarde cuando el Post, que había sido incapaz de retener a algunos de sus mejores periodistas cuando fundaron Político.com, quiso lanzar un sitio sobre política tres años después del éxito de sus ex-empleados. No llegó a durar un año.
El equipo del primer presidente negro de EEUU, Barack Obama, ya se empleó a fondo en aquellas fechas para ganarse el respeto del HFP, así como de Politico.com, porque se daban cuenta de que iban a ser las primeras elecciones en las que los medios digitales puros se convirtieron en la punta de lanza de las nuevas generaciones. Mientras el Post y el Times se debatían en una desangrante guerra interna para reducir los costes de las operaciones de papel e Internet, los medios puros digitales avanzaban sin complejos.


A Sofía le apareció de repente un aviso en su nuevo teléfono Nokiorola (se seguían llamando teléfonos a unos pequeños polímeros que ahora eran ordenadores, monederos, llaves, tarjetas de crédito, cámaras, por supuesto agendas e incluso pasaportes digitales a la vez) sobre un un piso que le iban a enseñar a su vuelta y se preguntaba cómo podría la gente buscar piso hacia unos años, sin haber visto las fotos, sin conocer las opiniones de otros posibles compradores, sin que los sistemas de geolocalización les llevaran hasta la puerta. Había escuchado a su padre que antes se buscaban los pisos mirando listas en papel. Algunas veces dudaba que eso hubiera existido...
Pero todavía le sorprendía más el tema de la búsqueda de trabajo. ¿Cómo podía alguien leer cada domingo anuncios? Lo lógico era que el sistema de recomendaciones personal le fuera encontrando a cada cual el trabajo donde se pudiera desenvolver más feliz, coincidiendo con las necesidades de unas empresas que, por cierto, adoraban los sistemas de cruce que estaban haciendo que la producción aumentara al encontrar digitalmente a los trabajadores que más se adecuaban a las necesidades de cada puesto de trabajo.
La desaparición de los anuncios clasificados de las páginas de papel que ya se había anunciado a finales del pasado siglo había seguido inexorable en las dos primeras décadas del actual.
Los anuncios nunca volvieron a la prensa. La gente buscaba pisos, coches y trabajo con sus dispositivos electrónicos. Todo estaba en aquella gigantesca base de datos llamada CraigBay.

La llegada de Obama a la presidencia cambió muchas cosas, y coincidió con la crisis del trienio 2008-2010. Nunca nada más fue igual para los periódicos.
Despidos, reconversiones, y, mientras se aliviaban las cuentas de resultados, apenas se prestaba atención a la calidad del periodismo. Cada vez se vendían menos diarios y los empresarios se empeñaban en convencer a los periodistas, diseñadores y áreas de gerencia que la salvación estaba en unificar las operaciones de impreso y digital. Y allí tenías a miles de profesionales desorientados, en caóticos e improvisados procesos de formación, perdiendo terreno en aquel lugar que habían dominado durante siglos y sometidos a los envites de los nuevos medios en un territorio digital que ni siquiera acababan de comprender, y en el que eran guiados por temerosos timoneles.
Aquí estaba una de las principales razones de que la industria convencional fuera incapaz de recuperarse...
El último semestre del año 2008 y todo el 2009 se convirtieron en uno de los peores tiempos que se recuerdan en la industria periodística de Estados Unidos, pero a continuación le siguieron Europa, Argentina, Chile y, por supuesto, varios de los tecnológicamente adelantadísimos países asiáticos.


Coincidiendo con la siguiente presidenta demócrata, Hillary Clinton, las cosas empeoraban para la prensa.
Google compró en 2012 la agencia de noticias AP, tras años de enfrentamientos con los editores de todo el mundo. Google atacó directamente a las versiones digitales de los diarios con un nuevo Google News en el que prácticamente usaba los recursos de la agencia Associated Press (que contradicción era ahora ese nombre) como una de las redacciones del gran sistema de noticias que gestionaba.

Para los diarios era ya imposible unirse. Cada uno de los pequeños imperios multimedia no eran capaces en sus mercados locales de competir con las nuevas versiones de un Google News cada vez más inteligente y con una redacción humana excelente, la que ahora aportaba Associated Press.


Sofía era muy pequeña y no lo ha vivido, pero ha estudiado todo en su carrera de comunicación. Ahora está con sus compañeras de estudios delante del edificio que fuera diseñado por Renzo Piano como sede del periódico más importante del planeta: The New York Times.
Los nuevos dueños del inmueble, Ervick, el mayor distribuidor de contenidos del planeta para pantallas, habían mantenido algunas plantas para el Times -tuvo 28 a principios de siglo- justo las necesarias para la realización de la edición impresa del fin de semana y la edición digital.

De lunes a sábado el Times sólo existía en la Red.

El resto del rascacielos estaba ahora ocupado por el personal de Ervick, la segunda mayor corporación digital del planeta. Igual que los periódicos solían guardar y exponer en el hall una antigua máquina tipográfica alrededor de la que se solían concentrar los niños de los colegios que los visitaban, Ervick había decidido mantener lo que quedaba del Times en su edificio para que hubiera un ancla con el pasado, para representar la tradición. Separada en una esquina de la entrada -extraña, como si no fuera de allí- se encontraba una máquina expendedora de ejemplares de cuando existían las monedas de metal.

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