Un editor malo en The New York Times
Es interesante cuando la supuesta ficción es superada por la realidad. En el diario Crítica existe una sección muy poderosa que muestra el mundo de las redacciones por dentro, sin ningún tipo de limitación y, varias veces a quemarropa. En esta sección, Bambalinas, El Norbi ha aparecido recientemente encarnando a un editor despiadado y vil. Su caracterización bien marcada por el responsable de la sección, el chileno Roka Valbuena, sólo ha podido ser superada por la realidad de otro editor, esta vez norteamericano.
Recordemos un poco esa historia cuasi-ficticia que nos contaba Valbuena, ese 23 de abril pasado. Él hablaba de un redactor que trabajaba en el diario haciendo sus investigaciones y tratando de publicarlas en sus páginas. Su editor sentenciaba siempre que lo más importante en periodismo era la velocidad, y no tanto la calidad.
"Ese redactor, entonces, se puso a escribir una nota sin demora, porque en el diario hemos decidido trabajar con mucha velocidad y por eso ese redactor se vio transpirando, redactando una nota sin descanso y con su dedo anular ausente, pues había sufrido un calambre", comienza el chileno. Mientras que su actor fetiche (El Norbi) sigue levantando la ceja ante el pobre redactor atornillado a su asiento, su relato alcanza un momento sublime cuando nos enteramos que esa nota no va a ser publicada. El editor tomó esa decisión en forma arbitraria.
El domingo, el diario norteamericano The New York Times contó una historia que tiene mucho que ver con la nuestra. Según el monstruo del periodismo impreso, lo que se conoció como Watergate (1974) y que le costó la dimisión del presidente de EE.UU. del momento, Richard Nixon, era una investigación que ellos también manejaban, como sus colegas del The Washington Post. Pero que misteriosamente nunca se llegó a publicar.
Así, el redactor imaginario del relato de Valbuena se convertiría en el norteamericano Robert Smith, mientras que su editor, el que no le daría razones para no publicar lo que había investigado, se llamaría Robert Phelps.
Pero que puede llegar a mover a un periodista con rango a ignorar una investigación que demostraba con nombres la corrupción de Nixon. Tal vez, la respuesta la encontramos en un libro reciente. En "God and the Editor: My search for meaning at The New York Times", el ex editor Phelps publica como propia la investigación que le pertenecía a su subaterno, el pobre Smith.