Para vos, vieja
Hace tres años se moría mi vieja. Siempre me costó separar mi cariño por Boca Juniors y mi amor por ella. Ella todavía está presente en mis días y cada vez que gana el equipo, miro para arriba y se lo dedico. Mi vieja me hizo de Boca Juniors. Era tal vez lo único que le quedaba de su pasado humilde en su pueblo perdido en el litoral argentino. Con el tiempo, la ciudad se le metió adentro y se olvidó de las calles de tierra en las que jugaba. Ya cuando su único hijo creció y se fue de su casa, ella lo llamaba todos los domingos, apenas terminaba el partido. Con su radio, puesta estratégicamente arriba de la heladera, ella seguía con su mente las jugadas de su equipo favorito. No gritaba fuerte los goles para no molestar a los vecinos, decía. Pero en realidad ella era una señora fina que nunca se atrevería a gritar esas cosas de hombres de piel oscura. Así era mi madre, llena de contradicciones, sensible, a veces sencilla. Le gustaba pasear por Barrio Norte y comer una milanesa al plato. Había conocido el sushi en mi casa, porque no era tan fina como ella creía. Pero todos los domingos, todos, ella me llamaba para comentar el partido que había jugado Boca, el cuadro de sus amores contradictorios. Seguro que ayer me hubiese llamado, porque Boca Juniors había avanzado en la Libertadores, dejando en el camino a un equipo brasileño. La cagada es que todavía me imagino su voz hablándome de los goles.