Hacía frío. La cosa había amanecido con 5 grados. Eran 5 grados, secos, pero 5 al fin. El esfuerzo de levantarse temprano bien lo valía. Parece que su memoria no era buena. Él siempre decía 3 años, pero parece que 5 son los años que hace que no juega. Los españoles lo reconocen también, pero no tanto como los argentinos. Les gusta su estilo, pero uno diría que lo que pasa es que nunca le van a perdonar que lo que lo hizo inmortal sucediera en un país sudaca.
Todavía no ha llegado y los organizadores, aún, están tranquilos. El que se pone nervioso es uno. Cuando aparece, una luz fuerte baja de la platea y lo sigue en su trotar hasta el centro de la cancha. Está más gordo, cosa que a nadie sorprende. Y vuelve a correr. Bueh, a tratar de hacerlo. Uno está tan emocionado que empieza a ver a su ídolo en cámara lenta. En realidad, lo estaba haciendo en cámara lenta.
Toma el micrófono, lo acerca a su gran boca, en cámara lenta, por supuesto, y dice: “Estoy preocupado. No sé qué decirles. Hace más de 3 años que no hago una infografía”. Entonces lo que debería haber sido una conferencia de Jaime Serra pasa a convertirse en un homenaje. El tipo es un duro, pero se lo merece. En la Argentina, como Redactor Jefe (traducción al español de lo que se conoce como editor) de infografía del diario Clarín fue el creador de un estilo reconocido en el mundo. Y después de tanto tiempo de no saber nada de él, era interesante escucharlo. Tan interesante como el paralelismo que se podría reconocer entre su persona y la de Maradona. Para los argentinos, era un genio cuando jugaba y era Dios cuando convertía. Ahora, como nadie puede pedirle nada, todo en él es para cuestionar.
Entonces, a las 13.30, un argentino perdido en una ciudad mediterránea llamada Estepona, a metros de Marruecos, y a la izquierda de Marbella, comenzaba a saborear ese gran momento: ver al Diego de nuevo en acción. Estaba tan enloquecido que, él sólo, era capaz de empezar a hacer una ola, para que todos lo siguieran, como en el Mundial de México.
Y el más grande empezaba a hablar. Él siempre lo aclara: la razón de su éxito radica en su extraña inserción en la profesión infográfica. “Yo soy infógrafo porque quería empezar a ilustrar con ordenador”, para rematar diciendo que “como no tenía plata para comprar una computadora” había aceptado ser fichado por el diario. Luego de confesar su verdadera profesión (ilustrador) y decir que su maestro era Nigel Holmes, recordó que, para entrar a la sección, él exigía a los candidatos que “no tuvieran nada que ver con la infografía”
Y esa tarde, sobre la gramilla malagüeña, “el Mejor”, demostraba a la gilada que, para trascender en la vida como infógrafo, primero había que ser artista. Golazo.
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