El 11 de septiembre de 1973, Chiruco Bravo se había quedado dormido. Mientras que todos sus colegas permanecían acotados (casi escondidos) en uno de los subterraneos de la Plaza de la Constitución, él se convertía en único testigo del despliegue de fuerzas militares alrededor de La Moneda.
Como otros civiles, el fotógrafo avanzaba con dificultad, usando los autos como protección de la locura militar. Bravo tendrá más suerte que el camarógrafo argentino Leonardo Henrichsen, que también recordamos aquí.
Una de las fotos que aparecen en la revista se ha convertido en verdadero ícono del derrocamiento del presidente Allende, para el mundo. Cuando se le concedió el premio internacional de la World Press Photo, a la de Allende con casco del principio, se armó una polémica sobre su autoría. Es más, se llegó a afirmar que no correspondía al golpe sino que era parte de la resistencia al tanquetazo ocurrido meses antes (cuando mataron a Henrichsen).
Alfredo Bravo murió en 1993. Hoy, su hijo Christian nuevamente trata de recuperar del olvido este testimonio visual. Ese día de septiembre, un grupo de soldados detuvieron a Chiruco, para requisar su cámara y borrar lo que el mundo merecía ver. Por suerte, el artesano de la luz había escondido los rollos.