(Por Rodrigo Fino) La lectura es un placer: no cabe duda. Y no sólo el acto de leer, sino el contexto en el cual se da. El silencio que muchas veces la envuelve o la reflexión a la que nos invita; son algunos de sus rincones más atractivos.
Imaginarse el desayuno, con el sabroso olor a café y tostadas, sin ojear el periódico o leyendo los primeros titulares del día, es un acto inútil, decididamente no es un desayuno. Echarse en la cama, después de terminada una ardua jornada laboral, a leer ese artículo tan interesante que publicó el diario de hoy y sin el cual el día no estaría completo, es otra de las sensaciones que van unidas inseparablemente al placer de leer.
Este último está relacionado, muchas veces, con el tamaño que el periódico tiene. La vida ha cambiado y en las ciudades mucho más todavía. Hoy, en muchas ciudades, pasamos en promedio entre 30 y 45 minutos, sólo para viajar de nuestra casa al trabajo y otro tanto al regreso. Estos minutos son valiosísimos para cualquier periódico ya que es, en Latinoamérica, el tiempo que se le dedica en promedio a leer un diario. Este contexto nos habla de lectores urbanos que se montan en un taxi, un metro o un tren temprano en la mañana o al caer la tarde todos los días; nos indica que el lector se mueve en la ciudad y que no tiene una situación de lectura confortable, ya sea por el movimiento al andar en un metro, por la escasa luz que muchas veces se tiene, o por la gran cantidad de personas que usan el transporte público a esas horas y que no siempre presta un servicio con la calidad que los usuarios se merecen. ¿Se imagina desplegar un diario tamaño sábana en ese contexto, sin tener que hacer malabarismos o sin haberle metido un codo en el ojo a su ocasional vecino de viaje?
Esta pulsión citadina, este ritmo urbano, fue y es, uno de los motivos por el cual nacieron los periódicos tabloides gratuitos: muy a la mano de ese público que nunca había tenido el hábito de lectura de un periódico o, simplemente lo había perdido, en el caso latinoamericano por las constantes crisis económicas que han provocado que muchos ciudadanos tengan que prescindir de comprar un periódico, amén de otras cosas más importantes para la subsistencia propia y de su familia. Estos periódicos gratuitos siempre optaron por el tamaño tabloide o más pequeño aún, por practicidad, ergonometría y por supuesto costos. Los gratuitos, más allá de su tamaño,
llenaron ese tiempo que nos toma viajar de un lado al otro de la ciudad para llegar al trabajo, con un producto compacto, bien enfocado en las noticias breves pero con sustancia informativa. Sin embargo no era esta la instancia en que los tabloides se imponían como el formato para la información seria y confiable.
La última parte, el 24
Rodrigo Fino es director asociado de la consultora García.Media Latinoamérica, de Buenos Aires, Argentina. Este artículo, cortesia de Garcia Media®, ha sido publicado originalmente en la revista Proyecto Diseño y Cuadernos de Periodista de Juan Varela.