No es el caso de este dibujante excepcional. Crist dibuja con todo el cuerpo. Sentado en su tablero o en la mesa de un bar se apodera de energías sin rumbo y las pone en caja en su pequeño block o en una hoja de 70 por un metro.
Su dibujo tiene algo difícil de encontrar en otros artistas: es puro Crist. Dueño de un estilo propio, se da el lujo de tirarlo por la borda cuando le parece y, paradójicamente, seguir siendo puro Crist. Podemos explorar sus trazos en cualquiera de sus obras y nos será difícil encontrar rastros de otros grandes, aunque Crist trabaje con la pasta de los Steimberg o los Steadman.
Ante un dibujo de Crist, a veces me propongo un desafío: mirarlo en su totalidad y luego recorrer las líneas haciendo lupa; la experiencia resulta reveladora: el drama y la alegría que contagia Crist se manifiestan en cada centímetro cuadrado, en cada trazo de su obra.
Para su labor en la prensa diaria Crist suele decir que él primero se preocupa por el dibujo, y luego, como un agregado, van los globitos con el texto. Le creo hasta por ahí, no más. Crist es también un observador agudo de la realidad: no le hace asco a ningún tema: su mirada inteligente a veces tierna, a veces crítica o despiadada, se posa ya sea sobre rock, la guerra o la vida cotidiana, implacable y certera. Lo que se dice, un dibujantazo que encima piensa.
Si querés conocer un poco más a Miguel De Lorenzi:
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