(Por Norberto Baruch Bertocchi) Nunca es bueno ver una redacción vacía. Ayer, cuando llegamos al diario Crítica de la Argentina, el panorama era desolador. Una redacción, la caja de resonancia de todo lo que pasa en la vida política, la sociedad y el mundo, no tenía redactores, ni fotógrafos, ni diseñadores, ni editores, ni correctores, ni infógrafos. Las computadoras estaban decididamente apagadas desde el día anterior. Los termos estaban prolijamente encolumnados al lado de los monitores, esperando la compañía esquiva del mate y su correspondiente bombilla.
Pero el alma de estos espacios de trabajo estaba en otro lado. Ese nervio trabajador que se tensa y se expande como danza intelectual frente al procesador de texto hoy estaba afuera. Esos cuerpos ya no se arqueaban sobre los escritorios, buscando la mejor ubicación frente al hecho periodístico. La música electrónica que solía salir de los teclados negros con letras blancas dejaba paso a cierto silencio urbano, casi contradictorio.
En la calle estaba la verdad. Esa sangre que inunda las redacciones y mueve ese cuerpo coral se juntaba otra vez con su esencia, el afuera. Eso que entra de a ratos en la línea de (re)producción de los diarios hoy se quedaba en la puerta. Todo pasaba en la puerta y nadie quería perdérselo. Era una fiesta en medio de un velatorio, sin cuerpo y sin cajón.
Porque el cuerpo estaba bailando en la puerta, junto a muchos que habían venido al convite. No fue necesario arreglar el equipo de sonido para que entre apoyo y apoyo, entre palabras y palabras, derramara algún ritmo. La gente estaba bailando sin música. Hacía mucho tiempo, se sorprendían propios y extraños, que el colectivo de trabajadores de prensa no se manifestaba con tanta masividad frente a un conflicto.
Compañeros de todos los diarios de Buenos Aires subieron a dar su apoyo. Desde el conservador La Nación hasta los diarios populares como Crónica y Diario Popular, desde los económicos en manos de la derecha hasta los que están más cerca del gobierno. Todos estuvieron. Sólo faltó la comisión interna de Clarín, pero la razón era atendible: como están prohibidas las prácticas gremiales en el matutino, no existe nadie que represente a los trabajadores.
Los políticos de todo el arco ideológico se acercaron a la céntrica ubicación del diario Crítica de la Argentina no sólo para brindar su apoyo a la lucha por cobrar el sueldo, sino para empezar a encontrar una solución para las 190 familias que están cercadas en el conflicto. Nadie dejó de hablar en las casi tres horas que duró la movilización.
La calle Maipú, a dos cuadras del Obelisco, se mantuvo cortada como la respiración de todos los que estábamos ahí. Por un momento sin fin, Crítica de la Argentina se mimetizaba y se convertía en Crítica de la Gente.