Me hacía pata para nuestros encuentros furtivos un amigo serigrafista que recortaba pacientemente la plancha de laca para transferir a la seda del stencil.
Finalmente tuve una cita con la protagonista de mis desvelos: la Cooper Black. Debo señalar que mis encuentros con ella no eran fáciles. Ya estaban las letras transferibles Letraset pero en las librerías de Córdoba no había variedades. Para mis infidelidades debía dibujar yo mismo las fuentes, copiadas de las revistas extranjeras que lo usaban. Rescato de mi archivo restos de esos dibujos a pincel y tiralíneas (la Mac y el Fontographer ni los soñábamos). Lo que se ve abajo es de una prima de la Cooper con la que también coqueteaba, la Windsor.
Ya perdido por la Cooper hice un afiche donde le demostraba todo mi amor en fluo sobre negro. Era un afiche para ballet. El comitente me señaló que no le parecía una letra ni un color adecuados para el espectáculo. No me acuerdo que argumenté pero logré imponer a mi amada.
Ya dueño de su cariño hice algunas piezas donde moldeaba a mi gusto su belleza.
En el colmo, cegado por mi amor en torno de sus encantos hasta hice una inadecuada cabecera para una revista de deporte.
¡Ay Cooper, que grande fue nuestro amor!. Debieras saber que siento celos verte rejuvenecida, entregada a otros diseñadores.