Fueron dos días de locura, con disertantes de variados pelajes. Cada uno merecía una atención especial. Cuando los cables de la conexión con el cañón volaban de máquina en máquina, los nervios de los organizadores empezaban a hacerse sentir en el auditorio.
Los asientos vacíos eran los únicos testigos del espectáculo teatral. Todos en el escenario corriendo para un costado, corriendo para el otro, como si fuera una especie de cubierta de algún barco en medio de una tormenta. Las últimas cuestiones técnicas siempre se hacían presentes, sin pretensión de resolución. Un poco de café y unas facturas de la esquina ayudaban a cargar de energía a los últimos viajeros que habían llegado recién (Gustavo Nori).
"Es bastante grande la pantalla", decía la peruana Claudia Burga-Cisneros, recien llegada de Lima, mientras que el brasileño Luiz Adolfo se preguntaba: "¿Cómo se verá desde aquí?". Eran las nueve y cuarenta. Dolores Pujol y Romina Pinto, de la Universidad de Palermo, encuentran que ese es el mejor momento para cargar las presentaciones en la máquina.
"La mac tiene poca carga en la batería", ajustes técnicos y correcciones de último momento. "Que entre la gente", dice El Norbi, que está bastante nervioso.