En sus tiempos –no hace tanto, veinte años no es nada, dice el tango-, el hombre se parapetaba detrás de su caballete en la redacción del diario “Tiempo Argentino”, en un rincón tranquilo y al margen de las corridas de los cierres. Enfrascado en su trabajo consultaba enciclopedias y manuales (claro, aún no existía Internet) y luego desplegaba como un cirujano su batería de plumines, marcadores, frascos de tinta y Letraset. Mucho papel manteca y buen ánimo para levantar esos tremendos mapas que evolucionaban día a día, como si estuviesen en movimiento. ¡Y vaya si lo estaban! Tan pronto fuese un conflicto en Medio Oriente o un recordatorio de la guerra de las Malvinas, Malofiej publicaba una secuencia en serie de las batallas y comparando de una edición a otra, se veían avanzar las tropas, los aviones y los barcos (éstos últimos no meros dibujitos simbólicos, sino los contornos en miniatura de…¡¡¡los modelos reales!!!).
Malofiej conseguía los que pocos consiguen que es, en definitiva, la misión suprema de todo comunicador: mejorar al lector.